jueves, 9 de octubre de 2014

All that you are is all that I'll ever need.

Soy la de las prisas. 
Me despierto medio minuto antes de que suene el despertador.
Hago café mientras me peino, me maquillo y, sin tenerlo aún muy claro, me subo las bragas a la vez. 
La rutina no es lo mío, y necesito darle algo de... Gracia. Y esa es mi forma. Correr, hacia todos lados, a todas horas, sin parar. 
Cuando estoy sola en casa, me dedico a limpiar, o a cambiar los muebles de sitio. Cuando mis brazos dicen "BASTA" y cuando la taza de té me llama, es ahí cuando me paro a ver los frutos de mi ir y venir. 

Os voy a confesar una cosa. Cuando salgo de la ducha, también tengo prisa. Por eso me seco corriendo, y al ponerme la ropa es muy incómodo, porque la ropa se te pega al cuerpo. Y aún sabiendo que me molesta, lo sigo haciendo. Ironías de la vida, ya sabéis, nuestra parte masoquista no nos permite dejar de hacer algo que nos molesta o que nos hace daño. Y eso por eso que me encanta ducharme con él.

La tranquilidad que necesita mi vida. Cuando me siento cerca de él, es como si el tiempo se parase, como si todo fuese más lento. Mis ganas de comerme el mundo se concentran en él
Él no lo sabe, no sabe la razón por la que mantengo los ojos cerrados la mayoría del tiempo. 
Os lo voy a explicar con el ejemplo de la ducha. 
Cuando extiende el brazo y me da la mano para entrar con él en la bañera, los cierro inmediatamente. No es por el pudor, no a estas alturas, es un acto de confianza. Es dejarme caer en sus brazos. Dejo que me lleve, aún costándome mucho soltar el control del que siempre presumo. 

No hay mejor sensación que las gotas de agua resbalándome por la piel, al compás de sus manos y de su respiración. 

Y el sonido dentro del baño... Oh, la acústica que proporcionan los azulejos es fantástica. Fantástica para cantar los días que estoy eufórica y que bajen tus labios y me callen. Fantástica para que se mezcle la lluvia, sus besos por mi cuello y mis suspiros, el agua bajando, corriendo y salpicándonos.
 Me suelo contener para no saltarle encima, porque sé que no voy a repetir en el día momento de tranquilidad como ése. 
Trazando un camino de hombro a hombro, desde el cuello al final de la espalda, girando por mi cintura y haciendo autostop en mis caderas. 
Lo bonito viene luego. Al igual que me ayuda a entrar, me ayuda a salir. Después del culto y sesión ceremonial entre nuestros cuerpos, cuando rozo la toalla con la punta de los dedos, él tira de ella, seca a conciencia cada parte de mi cuerpo (cara de concentración, el ceño fruncido, los ojos fijos en mi piel...) y me arrastra por todo el piso hasta que mis piernas chocan con la cama. Ahí ya me olvido de la ropa que quería ponerme, de lo estupendo que será que no se me pegue al cuerpo, y me centro en sus ojos y en lo que vendrá después.

Creo que no se da cuenta de lo mucho que significa para mí.
Ni todo lo que me aporta.
En el gran caos que es mi vida, él forma parte de 0,00001% de materia de este planeta que me hace feliz.
Como un atardecer.
Una taza de té.
Un buen libro.
Una sesión de cine al aire libre.
Un día de lluvia y manta.
Sobre él, entre sus brazos. 

Creo que, por su parte, recibo más de lo que doy. Por eso la única forma que encuentro de recompensarle es ser... completamente suya.

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